sábado, 5 de febrero de 2011

La publicidad y yo

La publicidad y yo

Hace unos días, unas compañeras expusieron su trabajo en clase. Su tema eran los efectos de la publicidad, y dieron datos muy interesantes.

Lo que más me gustó de su exposición fue el énfasis que hicieron en cómo la publicidad apela a los sentimientos, a las emociones, a las sensaciones. Es decir, a aquellas cosas sobre las que no podemos razonar y que, por tanto, no podemos controlar. Y lo hace, especialmente, con las mujeres.

Yo empecé la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas, hace ya más de tres años. Cuando lo marqué como opción al hacer la preinscripción de la Universidad tenía una idea de la publicidad que luego resultó no ser cierta.

Pensaba que la publicidad podía utilizarse para hacer pública, conocida, cualquier cosa. Es decir, que podía servir para hacer conocida una videoconsola o una marca de ropa, pero también una iniciativa social, y otras cosas por el estilo. Era joven e ingenua, como muy pronto tuve ocasión de comprobar.

Tal y como está planteada, y tal y como explicaron las compañeras, la publicidad no es un medio para hacer conocido un bien o un servicio. Es un fin en sí mismo. La publicidad no informa sobre bienes y servicios, crea necesidades, y a través de ellas nos moldean. Crea las necesidades propias de un tipo de sujeto, el mismo tipo de sujeto que la sociedad de consumo necesita para funcionar.

Esto es muy sencillo de ver en la forma de tratar a las mujeres en la publicidad. El consumo necesita mujeres inseguras de sí mismas, que necesiten el refuerzo constante de alimentos dietéticos y productos de belleza, que intenten aliviar sus inseguridades comprando zapatos y bolsos nuevos, y un largísimo etcétera.

Pero también necesitan hombres que midan su valía por la marca de su coche, adolescentes que solo se sientan integrados siguiendo una moda concreta, y niños cuya felicidad dependa de tener el juguete último modelo de turno.

En resumen, que atacan por donde saben que no puedes defenderte.  

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