lunes, 25 de octubre de 2010

La certeza de desear el bien

LA CERTEZA DE DESEAR EL BIEN


Algunos hombres hablan con la convicción de la razón y la verdad sin deterioro que sólo pueden tener los hombres justos. Partiendo de esa limpieza, nada de lo que digan puede ser ofensivo al ser humano. La voluntad de las palabras y los actos que emiten está bien consolidada y enraizada en una nobleza espiritual que se sustenta en la noción absoluta de que son poderosos por su ánimo benefactor y su ansia de justicia. Sin embargo, la firme voluntad que inspiran los buenos deseos, el sentido de la justicia y la certeza de estar haciendo el bien no siempre se acompaña de la precisión en el juicio sobre lo que acontece en la realidad. Además, es muy posible que dentro de una misma realidad coexistan dos resultados distintos merced a una diferente interpretación de los ánimos y las virtudes o vilezas humanas percibidas.
Por todo ello es muy posible que dos o más personas que se saben bienintencionadas puedan tener serias discrepancias en su interpretación de la realidad. Las personas justas también discuten y entran en controversias y podríamos decir que toda ideología soportada en valores universales es una manera diferente de diagnosticar el mundo y de intentar dar soluciones globales a sus problemas.
Entrando en una de estas controversias, tenemos que recordar que el otro día se produjo una muy sonada debido a una diferente interpretación acerca de la forma de ejercer su poder la industria farmacéutica y más concretamente, a la hora de intervenir o interferir en la investigación científico-médica. Ante una postura de cierto pesimismo frente a lo que se supone que sucede en este ámbito, se contraponía una visión algo más optimista y benigna respecto a dicho asunto, que era la mía.
Si bien es cierto que la industria farmacéutica mundial es un capital poderoso (el primero o el segundo del mundo en volumen) y su lógica es extremadamente similar a la de cualquier otro tipo de macro-empresa de cualquier otro sector, también debemos entender que vende sus productos y opera en un mercado mucho más regulado que otros, el de la salud. Siempre hay voces vigilantes que intentan descubrir conspiraciones o falsos argumentos en la acción de las empresas del sector sanitario (se incluyen en éste el sector diagnóstico productor de elementos necesarios para la tecnología de los laboratorios de diagnosis y el farmacéutico, fabricante y comercializador de fármacos). Tenemos ejemplos diversos como el de la denuncia reciente de la connivencia de la OMS con las grandes multinacionales fabricantes de vacunas antigripales en la reciente pandemia de miedo frente a la gripe A. Y podríamos decir en todos estos casos que, cuando el río suena, agua lleva, pero también debemos ser cautelosos y no pensar que todo este mundo está lamentablemente contaminado y que al final los intereses comerciales se imponen frente a cualquier otro interés más elevado, como es el de la salud de la población. Indudablemente hay demasiados individuos egoístas y maliciosos en puestos de poder y en posiciones de excesiva ganancia, pero estoy convencido de que hay muchos más que al menos son normales y no sufren de la enfermedad del ansia por acumular capital a costa de empobrecer al entorno en el que viven u operan. Quizás soy un ingenuo por mi optimismo antropológico que me hace pensar que en el fondo de todo hombre existe una llama, en algunos más viva que en otros, que les exige una última acción o justificación en beneficio de los demás respecto a todo lo que decidan o hagan. Quizás soy un ingenuo, pero me gustaría conservar esa esperanza en el ser humano hasta el fin de mis días.
“En general la mayoría de los hombres quieren ser buenos, pero no demasiado ni tampoco durante excesivo tiempo”. Georges Orwell.

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