miércoles, 13 de octubre de 2010

La rueda que gira

Hace algunas décadas Churchill atribuía a los Balcanes la capacidad de generar más historia de la que podían consumir. El mundo actual, como si se tratara de una versión universalizada de aquellos Balcanes, no sólo produce una historia que no puede asimilar, sino que pronto se le irá de las manos. Cada pieza es un engranaje dentro de un rompecabezas cuyo único objetivo es el dinero: recoger, producir, vender y, pagar; a ser posible, poco. Mientras la libertad se reduce a elegir en qué centro comercial comprar, los hombres ceden su existencia a un sueldo que los secuestra para siempre. El tiempo libre no es tal, sino que es la falsa concesión de una vida alineada y carente de sentido para millones de personas. Cada vez es más difícil encontrar un lado positivo porque dejamos de ser personas en nuestra individualidad para convertirnos en herramientas dentro de un sistema productivo que nos niega y que nosotros mismos alimentamos. Trabajamos ocho horas y cuando llegamos a casa pasamos otras ocho recibiendo estímulos publicitarios delante del televisor que nos generan necesidades inexistentes diciéndonos que nuestra existencia, simplemente, está mal. El círculo de la sociedad del escaparte termina de cerrarse cuando durante las ochos horas restantes cubrimos esas necesidades viciadas en origen yendo a comprar. Y así transcurre la vida.
¿Por qué habrían de estar relacionados cuatro conceptos en principio tan dispares comomineríadéficitjóvenes en el poder y autoritarismo? Sencillamente porque han sido extraídos de noticias de actualidad que reflejan la realidad que soportamos, y esa realidad no es otra cosa que una rueda megalítica que no cesa de girar y donde todo está relacionado. El desarrollo de la minoría se produce gracias al sufrimiento, calamidad y muerte de un terrible número de personas; el FMI, el Banco Mundial y la OMC engullen a los países en desarrollo gracias a la “deuda externa” (uno de los mayores fraudes de la historia cuyas consecuencias son imperdonables debido a la cantidad de vidas que ya lleva cobradas) y nosotros asentimos. Nadie es capaz de acordarse de que mientras el pago de la deuda externa y sus intereses asfixia al Tercer Mundo, la deuda ecológica del Norte con el Sur se incrementa por culpa de la salvaje explotación a la que estamos sometiendo a la naturaleza. Eduardo Galeano habla muchas veces de un graffiti pintado en las calles de Buenos Aires que decía “Nos mean y los periódicos dicen que llueve”; y sí, nosotros volvemos a asentir. Entonces cabe preguntarse, ¿quién debe a quién? ¿De quién es eldéficit realmente?
El mayor autoritarismo que vivimos hoy en día es el que no se ve. La sutileza con la que maneja los hilos es lo que lo hace tan perjudicial, como diría Ernesto Sabato: “El mal es peligroso porque se presenta como bien”. El poder ya no necesita perder tiempo imponiéndose por medio de la violencia porque ha encontrado algo infinitamente mejor: hacerse invisible. De esa forma no se puede luchar contra él, porque a ojos de la mayoría no existe como algo explícito, sino que se asume y se reproduce a través de nosotros. Y para evitar que alguno de nosotros produzcamos un cortocircuito en esa gran red, ocho horas se trabajan, otras ocho se pasan viendo televisión y las que quedan se pasan comprando. No hay que preocuparse por descansar, porque nunca dejamos de dormir. Esa persuasión subliminal es la espada de la rueda que no deja de girar, y en palabras de Ignacio Ramonet, el “Pensamiento único” es su cruz.
Contra todo ello siempre queda la voluntad personal y colectiva, el querer salir del rebaño para detenerse a pensar por un momento qué y cómo estamos viviendo. La juventudconstituye un gran peso dentro de esa voluntad de cambio, como si tuviéramos que despertar de un coma al que han inducido a todas nuestras conciencias. Sin embargo, ese importante paso que es saber parar para interrogar a la realidad que uno vive, no debe ser monopolio de los jóvenes. Cualquier persona, siendo indiferente su edad, puede querer ajustar cuentas con la corriente que le arrastra en cualquier momento de su vida. El amanecer de la conciencia constituye el primer paso para dejar atrás la etapa en la que el hombre que ejerció como herramienta en un engranaje productivo vuelva a ser humano. Y ése es un virus tremendamente valioso que bien merecería ser contagiado.
La máquina se está calentando. Nosotros somos la avanzadilla, su época está llegando a su fin. Puede rodearse de su puta tecnología, pero hay gente llena de rabia. Niños llenos de rabia que viven en los suburbios y que sólo ven películas americanas de acción. No pueden alienarlos con concursos y consumismo. Y los antidepresivos no harán efecto eternamente. La gente está harta de este sistema de mierda.”
“Los Edukadores” (2005), Hans Weingartner.

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