jueves, 28 de octubre de 2010

¡Recoged naranjas, malditos!

¡Recoged naranjas, malditos!

El otro día pillé por televisión un programa de recortes. Primer error: no cambié de canal. Entre los videos supuestamente graciosos vi uno que me puso la carne de gallina.

En el vídeo (una cámara oculta) aparecía una calle amplia con algunas casas. Había también bastante gente. Por la calidad de la imagen y la vestimenta de la gente calculo que las imágenes fueron grabadas en la primera mitad de los noventa, quizá un poco más tarde, en alguna ciudad de Estados Unidos. Las personas que aparecen no van especialmente bien vestidas y más de la mitad son afroamericanos. No debe ser un barrio rico, exactamente.

Aparece una furgoneta que deja caer un montón de naranjas y sigue adelante. La gente se acerca rápidamente y empieza a cogerlas, intentando cargar la mayor cantidad posible. A la mayoría se les caen al suelo, o intentan ir hacia sus casas en posturas a cual más ridícula: Un señor intentando sostenerlas en los brazos sin conseguirlo, una señora entrada en carnes acumulándolas en el faldón de la camiseta y enseñando tripa, unas chicas intentando recoger del suelo las que se les han caído perdiendo las que todavía tenían en las manos…

No sé si la mente preclara a la que se le ocurrió la broma en cuestión se paró a pensar en que estaban humillando a un número considerable de personas aprovechándose de su necesidad y haciendo de esta un espectáculo. Ni si se planteó el hecho de que estaba arrebatándoles su dignidad para hacer un humor facilón, repulsivo y casposo.

Además de hacerme subir la bilis, el video me hizo acordarme de una buenísima película que trata de forma bastante más artística cómo puede hacerse de la desesperación entretenimiento. Se trata de la película Danzad, danzad, malditos, de Sydney Pollack.

Ambientada en la Gran Depresión, la historia gira en torno a una maratón de baile en la que el que aguante más tiempo bailando obtiene 1500 dólares de premio. El sufrimiento de gente desesperada, bailando día tras día en un recinto cerrado, al límite de su resistencia física y mental, se convierte en la diversión de algunos.

Espero haber contribuido a que lo pensemos dos veces antes de ridiculizar a los que sufren.

No hay comentarios:

Publicar un comentario