miércoles, 6 de octubre de 2010

La educacion que nos espera

Escuchando leer la Resistencia, de Ernesto Sábato, no pude por menos recordar una escena que se produjo hace unos meses en mi entorno.
Estando en mi anterior universidad hubo una asignatura que me llamo especialmente la atención, no por el contenido de su materia como cabría esperar sino por su sistema de docencia y evaluación. Ésta asignatura, de la rama económico-financiera, había rediseñado su sistema de clases para adaptarlo al plan Bolonia, de forma que la asistencia y la participación en clase tomaban un especial relieve en la configuración de la nota final.
Parece un buen sistema, pero ¿cómo atraer a los alumnos a participar? Desde el departamento correspondiente se fraguó un método de evaluación en el que, gracias a un sistema de mandos al más puro estilo “concurso de la tele”, se realizaban exámenes regulares para comprobar cómo el alumno se desarrolla en la asignatura. Emocionante, ¿verdad? Pero esto de por sí no potenciaba la activad del alumno durante las clases más que en los días de examen, así que se decidió complementarlo con un sistema de participación, de forma que al resolver la cuestión planteada por el profesor se otorgase al alumno entre 0 y 3 puntos, según su respuesta. Hasta ahí sigue sin parecer malo,  si no fuese por su sistema de evaluación.
El sistema de evaluación para una asignatura es como el sistema económico para una sociedad: define unas normas a seguir y su objetivo es conseguir el éxito. La forma de definir la nota del alumno era 50-50 distribuido entre los exámenes y la participación, y ésta última se ponderaba en base a la mejor nota adquirida por cada alumno de cada grupo. Esto, mi querido lector, es un fiel reflejo de uno de los mayores vicios del sistema económico actual, la competencia. Sin duda disparó la participación pues los alumnos, sabedores de que suponía la mitad de su aprobado, empezaron a competir por ser el autor de la respuesta más ingeniosa e ir en cabeza a por el 10 en participación. Pero sólo uno lo conseguiría de esta forma. Ese sistema, que hacía salir a la luz lo peor de cada persona, fomentaba la competencia y el rencor entre los compañeros de los grupos, pues la nota de toda la clase dependía de uno sólo.
El resultado de la asignatura fue cuando menos interesante: se aplicó en dos grupos, uno de más de cincuenta personas y otro de diez. En el primer grupo se consiguieron los resultados esperados por el departamento: clases llenas, alumnos participativos que compiten entre sí por la mejor nota (que sólo uno conseguirá, dejando frustrados al resto de los esforzados). Mientras en el segundo grupo de diez alumnos, acostumbrados a trabajar en equipo entre sí, se autoimpusieron desde el principio la labor de participar todos por igual y que nadie se quedase atrás. Mientras que en el primer grupo hubo varios asistentes que sacaron suficiente, e incluso suspenso; en el segundo grupo la nota más baja fue de ocho.
¿Te imaginas, llevando este ejemplo a nivel macroeconómico, si en vez de educarnos en la competencia nos hubiesen educado más en la cooperación? ¿Cómo cambiaría el mundo si se empezase a potenciar esta cualidad social? Me gustaría cerrar esta entrada citando a Rousseau, en su libro Le Émile que trata sobre la importancia de la educación: «El verdadero estudio nuestro es el de la condición humana. Aquel de nosotros que mejor sabe sobrellevar los bienes y males de esta vida, es, a mi parecer, el más educado; de donde se infiere que no tanto, en preceptos como en ejercicios consiste la verdadera educación.». Así pues ¡practicad la cooperación! 

Sergio Medina

1 comentario:

  1. Interesantísima la experiencia que nos relatas y creo que podemos sacar muchas conclusiones reflexionando sobre ella. ¡Qué importantes son nuestras experiencias!. Un abrazo y gracias, Roberto Carballo

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