miércoles, 12 de enero de 2011

Mi Rayuela...

Mi Rayuela...

Cuando ayer el profesor leyó unas líneas de Cortázar, con toda honestidad, dejé de prestar atención… no porque no me interesase, sino porque inmediatamente recordé 'Rayuela ' y no pude evitar abstraerme y remitirme a aquella obra que, como en clase el profesor apuntó sobre el autor, me resultaron fruto de una cabeza majestuosa, de una belleza inimitable y de una sensibilidad única.
Así, me parece buena ocasión para copiar un fragmento de ese libro que, en parte o por completo (sería absurdo resumir ya que, mi lectura, mi Rayuela, no será la misma que la del otro, o la del de más allá), resultan fascinantes.

El fragmento en cuestión me parece casi un cuadro; en mi cabeza es una imagen, unos colores, un instante… que cada vez que leo, me parece más hermoso.

Capítulo 7: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.

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