lunes, 10 de enero de 2011

Repensar la crisis: actuemos también sobre el cambio de valore

Repensar la crisis: actuemos también sobre el cambio de valores

Mario Sánchez Brox


Algunos pueden argüir que la crisis financiera global que estallara en 2007 es consecuencia del capitalismo salvaje y liberar a continuación todos los demonios, fundándose en esquemas sociales y económicos pretendidamente científicos. Si la Ilustración se apropió de los rasgos todopoderosos del Altísimo cristiano, para construir en él el nuevo edificio que la razón levantaba, la ciencia, obra maestra de esta nueva construcción, se yergue como heredera directa de esta fatídica nota universal. Con la intención de alejarme de totalitarias recetas metódicamente diseñadas y coloreadas ad hoc para cada situación de la vida, me propongo abrir un espacio de discusión y enriquecimiento para trazar nuevas formas en el pensamiento para dedicado lector y, ya como sublime recompensa, la maduración de estas humildes propuestas desde el respeto y la cooperación.
Quisiera restringir un tema tan amplio como el de la actual crisis financiera a un terreno sobre el que mi mente ha hallado una sensibilidad especial: los valores que guían las conductas. Luis A. Riveros escribía un artículo recientemente para el Instituto Elcano en el que se detallaban las causas de la crisis en las economías nacionales, con especial atención al origen en EEUU, las debilidades macroeconómicas internacionales, a lo que añadía una perspectiva del diagnóstico y pronóstico que el G20 realiza de la situación.
Riveros identifica como uno de los factores de la crisis un problema de gobernanza, es decir, un problema que gira alrededor del diseño y las capacidades institucionales para responder a la realidad y su modo de operar. En efecto, el modelo político estadounidense se inspira en un conjunto articulado de ideas, concepciones, afirmaciones, que dan forma y fuelle a sus instituciones (como ocurre a su vez en sentido inverso). Esta ideología más o menos articulada y consciente genera en la ciudadanía estados de ánimo ante una percepción de la realidad. Éstas derivan en sentimientos (de completud, necesidad, autorrealización, celos, frustración, etc.) que se traducirán en una interacción con el espacio público, incluidas las instituciones. Tomando un elemento de la sociedad estadounidense, que bien podría extrapolarse al resto de economías desarrolladas, su modelo político se basa en “propiciar altas expectativas a los ciudadanos sobre el ritmo de la economía”. Un ejemplo próximo de esta extrapolación: la confianza del Rey Juan Carlos I en la vuelta a la senda del crecimiento económico como deseable mayúsculo durante su último mensaje navideño encauza en la misma línea al espacio político de consenso en el estado español. Este papel capital del ritmo de la economía para cubrir las expectativas del ciudadano (esto es, calidad de gobierno), llevó a la administración a un callejón sin salida, en el que se hacía muy costoso en términos electorales cortar la lógica expansiva del crédito con clientes sin suficiente securización, y se adoptó expresamente una política de expansión fiscal para alimentar el crecimiento, repercutiendo en la expansión del crédito y el aumento de la burbuja.
La economía es la ciencia de la asignación de recursos escasos, es decir, que su ámbito de estudio lo constituyen bienes y servicios objeto de medición y valorización. Bajo la afirmación de Riveros observamos el gran peso que se le otorga a estos recursos escasos en los estados de ánimo de la ciudadanía, que amenazan a las personas con una venenosa concepción de la riqueza. Un discurso político que impele al éxito, entendido éste como el triunfo del individuo a través del crecimiento de su capacidad de compra. No estamos ante otro planteamiento que la felicidad de las personas se construye mediante la obtención de riqueza -fundamentalmente, si bien de manera no exclusiva- en su sentido económico. Aquella parte de felicidad no cubierta con riqueza económica la constituirían las relaciones personales, el reconocimiento, la salud, la belleza, la integridad, la valentía, la inteligencia, el tiempo libre, etc. Desde luego todas ellas fuera del alcance de la ciencia económica de modo mensurable. Sin embargo, el gran peso del valor que denunciamos, de considerar la riqueza económica como pivote primordial de nuestra felicidad, lleva a reproducir el enaltecimiento de la ciencia económica y su área de estudio como proveedora de los elementos a tener en cuenta en las discusiones sobre una crisis que dista mucho de restringirse a una única materia.
No se debe olvidar que la ciencia económica no es un todo omnicomprensivo, ni mucho menos debe revestirse de aquella gracia divina totalitaria, es apenas un instrumento más para comprender y tratar de mejorar, desde el ámbito de las políticas públicas, las condiciones que predispongan a las personas a alcanzar su felicidad. Observamos con claridad con el ejemplo de actualidad de la crisis financiera global, cómo este valor de la riqueza ha perjudicado gravemente no sólo aquellos elementos soslayados por la visión económica de riqueza, sino a la misma satisfacción de condiciones materiales de millones de personas que, bajo este valor, se intentaba conseguir.

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