miércoles, 5 de enero de 2011

UCM: Universidad Coca-Cola de Madrid

UCM: Universidad Coca-Cola de Madrid

En los últimos cinco años la Facultad de Ciencias de la Información ha cambiado mucho. No sólo la fauna estudiantil se ha ido homogeneizando – y feminizando-, también se han acabado esas obras que parecían interminables. Pero, a mi entender, los cambios más representativos que se han producido son otros. Son pequeñas modificaciones que van dando muestra de la imparable expansión de la lógica dominante: el mercantilismo.
Se deja de estructurar los espacios a partir de criterios racionales para atender más a lo rentable. Es decir, se supedita la inteligencia al dinero. Esto se percibe muy claramente yendo a comer cualquier día a la cafetería de la Facultad. Sillas demasiado grandes que obligan a sus usuarios a saltar por encima de ellas para poder sentarse. ¿Por qué? Por el gran logo de Coca-Cola que llevan impreso. Se prefiere utilizar sillas que publicitan a una de las mayores transnacionales que existen pese a que sus dimensiones sean tan desproporcionadas que prácticamente no quepan en el sitio que les es destinado. Hace cinco años teníamos sillas normales que no hacían de sentarse en el comedor una odisea homeriana. Eso sí, no condicionaban nuestras mentes incitándonos a consumir desenfrenadamente.
Este tema puede parecer una tontería, una pataleta de un estudiante cansado de tener que comer todos los días tras una carrera de obstáculos cocacolizados. No obstante, se debería tener en cuenta que este es un proceso paulatino de construcción de una realidad diferente. El neoliberalismo, la economía de mercado y sus lógicas se van introduciendo en nuestras mentes para que, poco a poco, las vayamos aceptando como si no existiera otra realidad posible. Hoy en día ya nos parece hasta razonable que la universidad pública, vistas las circunstancias críticas de la economía global, recurra a una empresa de bebidas para financiarse. Ha llegado un punto en que todo lo medimos por su rentabilidad, hasta ámbitos como la educación, encargada de formar a las futuras mentes que tomarán las riendas del mundo, se arrodilla ante la única ley sagrada que hoy en día queda: la de la oferta y la demanda. De esta manera, estudios poco rentables debido a la escasez de alumnos y dudosa productividad cuentan sus días hasta ser pasados por la guillotina. Un ejemplo podría ser Filosofía. No importa que en ese saber se encierre gran parte del conocimiento que el ser humano ha ido acumulando a lo largo de su existencia. En la actualidad no es rentable y por ello no merece seguir existiendo. Y lo peor es que esa lógica economicista va ganado terreno en nuestros razonamientos hasta erigirse en hegemónica. Además, en el caso de la carrera filosófica, eliminándola facilitan el proceso de modelación de individuos menos conscientes y, por tanto, más manejables y adaptables a los intereses de los poderosos.
A las sillas se unen los vasos y las jarras, también patrocinadores de la mencionada empresa. Probablemente esta dinámica se incrementará con el curso de los años. Cada vez nos rechinará menos observar marcas de multinacionales en el entorno universitario. Incluso, aunque sea aventurado decirlo, puede que llegue el día en que la Universidad Complutense abandone su denominación clásica y pase a llamarse, por ejemplo, Universidad Telefónica o Universidad BBVA. Eso si no somos capaces de frenarlo a tiempo.

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