miércoles, 10 de noviembre de 2010

Apuntes desde la vendimia…

Apuntes desde la vendimia…

Nunca pensé que iba a abrir un blog personal y reconozco que me da un poco de pudor y vértigo esto de escribir en un espacio “infinito” mis pedradas… tampoco lo hubiera hecho si no hubiera sido requisito de la asignatura Sistema Económico Mundial en la que estoy matriculada. En todo caso, una vez más se imponen los tiempos a mi prehistórico ser y me tengo que poner las pilas.
Llevo un par de semanas en un pequeño pueblo de la Rioja Alavesa donde vengo a vendimiar desde hace años… no hay mucho acceso a internet, sobre todo fuera de las horas en las que estamos currando, así que es medio complicado esto de hacerse “bloguera” precisamente en este enclave… van pues, algunos apuntes…
Otoño 2010. Otro año más de este trabajo que da la sensación que, tal y cómo caminan las cosas está prácticamente condenado a desaparecer. Otra vendimia más en este pueblo que ya forma parte de una, marcando en sus viñas la llegada del otoño que, de otra forma, para alguien que vive en Madrid, pasaría casi inadvertido. No podría imaginar mejor lugar para dar cuenta de esta estación: un horizonte en hojas, de todas las tonalidades imaginables de verde, castaño, rojizo, naranja… es todo un acontecimiento.
La primera vez que vendimié fue en Burdeos, hace más de diez años, para el Château Rothschild. Éramos muchísima gente, tantos, que nos tenían divididos por secciones y zonas de acampada. El trabajo era duro, sobre todo en su forma organizativa y en el trato y por suerte después de un par de días nos confirmaron otra oferta en un lugar más chiquito y ahí que nos fuimos volando.
El siguiente era un château grande también -éramos unos 30 vendimiadores- pero comparativamente mucho más pequeño que Rothschild, y además el trato era más familiar. Nuestro encargado, Pedro, que abandonó hace años su Alentejo natal para venir a trabajar en los vinos bordeleses y ahora era Pedjó, se aprendía en un tiempo récord el nombre de cada quien y nos trataba con respeto, lo cual era todo un cambio. Nos dejaban un prado para acampar, y disponíamos de una sala común con cocina y un montón de duchas con agua caliente, que, para lo que había por ahí, estaba muy bien. Lo mejor de la vendimia era esa convivencia… cuando terminaba el trabajo a la tarde, iban brotando las hogueras donde nos juntábamos a charlar gente de muy distintos lugares: todo un aprendizaje… Éramos gitanos, payos, marroquís, argelinos, senegaleses… gente que vivía en sus camiones e iba de una temporada a otra, estudiantes que así pagaban la matrícula de sus estudios, gente recién llegada a Francia y que comenzaba a buscarse la vida, otros que hacía tiempo que habían llegado y seguían buscándose la vida, y ese año… un par de hermanas ya mayores que tras la pérdida del curro del marido de una, se había quedado toda la familia sin el único sueldo que entraba en la casa y se habían lanzado a vendimiar. Había gente que se encontraba allí de forma excepcional, y otra cuyos trayectos les traían inevitablemente siempre a un septiembre en viñas.
Duré tres años vendimiando allí, hasta que nos empezaron a quitar el 15% por no residentes en Francia y el comando portugués y yo dejamos de llegar pues ya no compensaba económicamente.
Desde entonces, empecé a vendimiar en este pueblo alavés. Aquí voy aprendiendo de una cultura que la ciudad y sus ritmos ha olvidado.
Vivimos en una casa grande que nos dejan los hermanos para quienes trabajamos, quienes además, cada día, nos traen medio litro de vino por cabeza. También nos regalan higos y nueces algunos vecinos, Julia, del puesto de verdura nos deja una caja con verdura cuando pone el puesto y este año hasta nos trajo huevos una chica que tiene gallinas. Emociona.
Me gusta este trabajo… imagino que, entre otras cosas, porque lo hacemos en condiciones muy dignas,  pero siempre da la sensación de que está en proceso de extinción: en Burdeos porque vendimiábamos junto a campos cosechados por máquinas y parecía que poco a poco todo se haría así, y aquí, porque tiene todavía algo de otra lógica, que, al ritmo que van los mercados y la industrialización del campo quizá desaparezca. La forma en que trabajamos nosotros no es para nada la más extendida. También hay muchas personas trabajando en condiciones bastante malas e incluso miserables… gente que duerme en la parada de autobús esperando que por la mañana alguien se los llevé de jornaleros.  Por eso siento que el trato, el amor hacia el vino y hacia el proceso en el que participamos, el respeto hacia el trabajo que hacemos que recibimos nosotros en el lugar donde trabajamos tiene algo de otra lógica, que, desgraciadamente, se está perdiendo a pasos tan rápidos como los que marca el mercado.  Este año por primera vez desde que venimos acá nos han bajado el sueldo, cobrábamos 13 pesetas y media por kilo (sí, todavía se calcula en pesetas) y este año bajó a 10. Dicen que la crisis (o sea el capitalismo) está hundiendo a los pequeños productores: se está pagando menos de lo que cuesta producir la uva y mucha gente ha dejado sus campos sin recoger. Da mucha pena verlo. Nosotros trabajamos para la cooperativa del pueblo, que todavía aguanta, aunque no sin sufrimiento. Se han instalado varias bodegas-magnates por la zona que compran producciones enteras y vino hecho ya a precios por debajo de coste, algunos agricultores que ven que se quedan sin vender la uva acaban vendiéndosela para no perderlo todo (aunque eso, a largo plazo sea firmar su ruina). Las crisis son el enriquecimiento de muchos.
Este 11 de septiembre hubo una manifestación en Logroño frente a la sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rioja. La encabezaba una pancarta que decía “Por un precio justo de la uva y el vino de Rioja”. Leyendo las noticias sobre la mani y escuchando a los diferentes viticultores hablar del asunto, me doy cuenta de que no tengo ni idea de este sector en el que llevo trabajando tantos años…  por lo que éstos, son también pues: apuntes desde la ignorancia…
En general, exigen que el Consejo Regulador  regule los precios para que no haya grandes bodegas que arrasen el mercado pagando a los viticultores por debajo del precio de producción. Este año, uno de los hermanos para los que trabajamos, deja el campo para trabajar haciendo mantenimiento en el ayuntamiento.
Entre cepa y cepa da mucho tiempo para pensar, de alguna forma, una recoge su año también…  y me acuerdo de mi abuela… este verano la miraba y pensaba la de cosas realmente útiles que sabe y lo poco que he sabido aprenderlas. Con sus 80 y pico años, ella y su sobrina Eulalia -de otros tantos- siembran y cosechan en la pequeña aldea gallega en la que viven, gran parte de lo que comen, hacen vino todos los años (tinto país y “catalán”, que así se llama por una variedad de uva que hay por allá y -creo- no en Cataluña, que se llama uva catalana) y tienen una cantidad de saberes impresionante que hemos “olvidado” las siguientes generaciones y que más nos valdría ponernos a aprender.
El 84,5% de la superficie española se considera rural, pero yo no tengo ni idea de qué pasa en el campo.

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