lunes, 8 de noviembre de 2010

¿Por qué estudiar?

¿Por qué estudiar?

Porque así se adquiere conocimiento, así se sabe las cosas que ocurren, así se adquiere una ‘cultura’, así intentas evitar ser un zopenco, así se busca ser alguien de provecho, así tendrás un puesto mejor en el mundo laboral… Son muchas las respuestas que se pueden dar, unas más convincentes que otras, unas más idealistas y muchas más materiales. Aún así, considero que la gratitud más grande que nos puede aportar el estudio y que crea y alimenta esa voluntad de estudiar, es la sensación de poder formar parte de ese mundo diverso que nos rodea. Sentir la curiosidad de conocer y la necesidad entender este sistema, este mundo, en el, que involuntariamente, nos vemos envueltos. La educación aporta el sentir que se está vivo y que se forma parte de un todo social. Un todo social que, al fin y al cabo (y sobre todo en este ámbito un tanto ambiguo que son las Ciencias Sociales), será lo que nos aporte realmente ese conocimiento que se ansia al empezar a estudiar. El conocimiento, el estudio, la capacidad crítica, permite ir deshaciéndonos de esos pensamientos necios, de las ideas prejuiciosas, de las tradiciones pasadas de moda y sin relación alguna con la realidad contemporánea, que aún insisten en perdurar.
Lamentablemente, la educación así vista no ha logrado arraigar, prácticamente no se ha logrado ni impartir. A muchos de los que teníamos (tenemos, espero, todavía) esta idea de educación y llegamos a la universidad con la esperanza de que de una vez se pudiese cumplir, nos invadió una enorme frustración. ¿Cuestión de abuso de poder por parte de profesores ante alumnos considerados de antemano carentes de interés?, ¿Necesidad irremediable de ser de un grupo, de poseer una identidad, cuyo peso nos ancle en cuatro dogmas, cegando la inmensa magnitud del conocimiento?, ¿O tal vez sea el enorme miedo a la ofensa, miedo a que nos hieran el orgullo considerándonos tontos, lo que lleva a que no se quiera avanzar más allá de lo que la mayoría conoce? O puede ser, también, que unos cuantos hayamos idealizado la educación, construyendo una especie de concepto utópico.
Y puede que sí, que sea una visión utópica, elitista e idealista, puesto que, para alcanzarla, al menos en España, es necesario cambiar la sociedad y la cultura vacía y vaga que incomprensiblemente se ha ido arraigando en este país. ¿Cómo motivar la curiosidad en aquellos a los que todo les da igual?, ¿Cómo ayudar a avanzar a los que consideren que lo que ya conocen es lo mejor?, ¿Qué hacer con los que se sienten satisfechos sin saber nada, con la falta de respeto a uno mismo, a los que les rodean y a lo que se desconoce?, ¿Cómo hacer avanzar a una sociedad que no tiene ningún sentido de comunidad?
Uno tiene la sensación de que, irremediablemente, hay que empezar de nuevo.

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