lunes, 29 de noviembre de 2010

“De falso”. Historias cotidianas de “marcaje”

“De falso”. Historias cotidianas de “marcaje”

¿Un ensayo sobre las marcas?… ufff… ¿por dónde empezar? El tema tiene chicha y puede extenderse hasta el infinito…  Andaba yo leyendo bibliografía sobre el tema -que cada vez se abría más y tenía más que ver con todo- sin saber muy bien cómo y qué parte abordar… pero una vez más, la realidad me dio de bruces…
“De falso”. Historias cotidianas de “marcaje”
Conocí a Karima hace cinco años, entonces trabajaba yo en un bar al lado de la plaza de Lavapiés y ella vivía en una buhardilla del mismo edificio. Una noche llegó corriendo una chica al bar “¡Corre, corre, llama a la ambulancia por favor, mi amiga está a punto de dar a luz!” Llamamos y salimos fuera: ahí estaba Karima, sentada en el bordillo con Hassan y su hija Dunia que le agarraba la mano y la miraba fijamente. Enseguida llegó la ambulancia y no fue hasta una semana después que la volví a ver. Me la encontré en la calle, con Amal en brazos… era una niña preciosa, de ojos grandes como su madre. “Amal significa esperanza” -me explicaba en francés, pues hacía poco que había llegado a Madrid y aun no hablaba mucho castellano- “¿y Dunia?” “Dunia: mundo”. Así, empezamos a hablar y conocernos… nos sentábamos en el mismo bordillo en que la vi por primera vez a cotorrear durante largos ratos, aprovechando cuando casi no había clientes en el bar y Karima se bajaba de su casa. Ella me enseñaba árabe y yo castellano y entre risas, niñas, cafés y trabalenguas nos íbamos contando la vida. Karima tenía mi edad pero ya dos hijas y una trayectoria diferente… aprendí mucho con ella. Me alegraba las mañanas. Hassan trabajaba en un restaurante casi todo el tiempo.
Hace unos días, estábamos sentadas en otro bordillo: el de una explanada de hormigón que antes era un parque acogedor donde en verano, los árboles daban refugio a todos los que no podíamos estar en casa por el calor. ¿Dónde habrán ido aquellos árboles? Su sombra era como un salón colectivo, un especie de oasis en el desierto de Mandril. Y en primavera olían bien… distinguías la primavera porque olía a primavera. Pero eso no tiene valor en esta pinche ciudad, así que sin mayor problema, ahí que se volaron el parque para hacer una amplia explanada de hormigón con –eso sí- su aparcamiento debajo: al Dios Coche que no le falte ni hogar ni lugar para sus humos (que huelen tan bien).
El caso es que andábamos -a pesar de la fealdad de la plaza- Karima, Sadya y yo sentadas en el bordillo, mirando como patinaban Dunia y Amal.  Karima está jodida. Lleva buscando curro quién sabe cuánto tiempo y no encuentra más que algún apaño esporádico que no da ni para malvivir. A Hassan le han quitado el paro (se quedó sin curro hace un año por reducción de plantilla) porque fue al entierro de su padre en Marruecos y si estás cobrando el paro no puedes salir del país. Karima me contó que hacía dos días la trabajadora social le había quitado la ayuda a ella también. “¿Por qué?” “Porque dice que mis hijas llevan ropa de marca” “¿Qué?”
La trabajadora social le dijo que no le daba el dinero para que se lo gastara en ropa. Karima, que ha hecho malabarismos con la pasta, siempre se ha apañado para que Dunia y Amal comieran bien, fueran bien abrigadas en invierno y arregladas en general. Su hermana, que vive en Bruselas, le manda cosas, otras se las pasan de unas madres a otras (por suerte eso funciona bastante en el barrio) y así Dunia y Amal van siempre como un pincel. Le intentó explicar a la trabajadora social que ella no gasta dinero en ropa, pero fue inútil: a determinada gente, parece, no le corresponde llevar determinadas cosas, ni tampoco, por supuesto, decidir cómo gastan su dinero.
Sadya, le decía “es que eres tonta Karima, ¡cómo se te ocurre ir con las niñas bien vestidas a la trabajadora social!”. Y luego le sugería: “Mira, yo conozco a una trabajadora social que va a la guardería de mi hijo. Si le dices que estás fatal, que estás a punto de volverte loca ya y vas con las niñas hechas un trapo, seguro que te consigue algo, pero tienes que darle pena”. “¡Qué pena ni qué pena! ¡Loca tu tía! Yo no estoy loca Sadya… no tengo ningún problema de la cabeza… el único problema que tengo es que no tengo ni un duro y no encuentro trabajo. No quiero ir a dar pena y no estoy loca.” A Karima se le nublan los ojos de rabia, pero es dura y no quiere que sus niñas la vean mal. Amal de repente se estrella contra nuestras piernas. “¿Estás bien habibti?” “Sí” Amal sonríe con sus grandes ojos verdes.
Me tuve que ir… había quedado a comer en casa de Ibra. Se lo cuento indignada, me mira y se ríe: “A mí me pasa igual. Yo ya no voy a vender con estas zapatillas al metro porque me compran menos, una vez hasta me insultó un chico”. Ibra trabaja vendiendo bolsos y cinturones “de falso” -como dice, en un galicismo- en el metro. La mayor parte de la gente se los compra no por la calidad o no que tengan, sino por lo que implica tener un bolso con una marca repetida en gigante por todo lo largo y ancho. Se plantan el bolso y a la vez una imagen, unos valores, un “estatus”. “De falso”: seguro… de falso las promesas que acompañan su valor, de falso ese valor que esconde el engranaje capitalista, el deseo y la subjetividad al servicio del capital. Si a Ibra le pilla la policía le caen multas por propiedad industrial que le pueden acabar llevando a la cárcel. No le multan por venta callejera sino por “robar” una imagen y eso sale más caro. De hecho -me cuenta mientras me echa un poco más de mafé en el plato- un amigo suyo que debería tener ya la tarjeta de residencia comunitaria porque está casado con una “autóctona”, tiene el proceso bloqueado por un expediente penal valorado en 9 cinturones “de falso”.
Ibra tiene unas zapatillas “de falso” que deben de ser caras si no son “de falso”. Un día fue a trabajar con las zapatillas puestas. Se acercaron una madre con su hijo a mirar lo que llevaba en la manta, de repente, algo desató una ira repentina en el hijo: “¡Mamá, las zapatillas que lleva el chico son carísimas!” La madre no daba crédito: ¡Cómo osa! Se marchan indignados, insultando al impostor. Desde entonces, si va a trabajar, Ibra se calza algo que no atente contra la clase a la que quieren que pertenezca, eso sí: las castas son de la India. Es grave, además, porque sabe que muchos de los que no quieren verle con esas zapatillas se sienten buenas personas comprándole a él, echándole un cable
Parece que toca aprender a desmarcarse…
(Y Karima, por cierto, significa generosa).
Dejo aquí un par de artículos de Santiago Alba Rico que giran también alrededor del tema:En contra de la Igualdad y  Marcas o nombres .

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