lunes, 27 de diciembre de 2010

De Epicuro a Lucrecio

De Epicuro a Lucrecio


 El primer día de clase de S.E.M, el profesor leyó un fragmento de la obra de Epicuro, fragmento que yo ya había leído y que me hizo de nuevo recordar la grandeza del filósofo. Tras caer en mis manos posteriormente los poemas de Lucrecio, me animé a escribir las siguientes lineas:

Escribió Epicuro:  « […] hay que tener presente que hablamos de lo “incorpóreo” según el uso más frecuente del término, como aquello que puede ser pensado por sí mismo. Pero no es posible pensar por sí mismo nada incorpóreo, a no ser el vacío, y el vacío no puede ni realizar ni sufrir nada, sino tan sólo transmitir el movimiento. De modo que quienes afirman que el alma es incorpórea no saben lo que dicen, puesto que, si así fuera, no podría actuar ni padecer, y en cambio está claro que ambos accidentes son propios del alma.»

            Debemos enmarcar el presente fragmento perteneciente a la “Carta a Heródoto” en su concepción del mundo, de la naturaleza, como un compuesto de átomos y vacío; de cuyo planteamiento se deriva su  completa filosofía. Es decir, partiendo de una comprensión materialista de la naturaleza, Epicuro desarrolló de forma lógica toda una filosofía que explica, de forma coherente, fenómenos como el de la muerte que, tenidos bajo la superstición, pueden conducir a una vida infeliz y temerosa.
Por tanto, sólo por medio de la filosofía, del pensamiento y la investigación de la naturaleza, el ser humano puede ser libre y vivir sin miedo, felizmente.
            Dicho lo cual procedo a desarrollar esa concepción epicúrea de la naturaleza y a considerar de acuerdo a ella el alma humana tal y como el fragmento recoge.
Efectivamente, debemos partir de la precomprensión de que el universo es infinito (“Pues todo lo que tiene un límite, tiene un extremo, y este extremo lo es también respecto de otra cosa. […] el todo es infinito tanto por el número de cuerpos como por la extensión del vacío)[1]. Es decir, el universo existe y es ilimitado, por tanto, se compone de cuerpos de los que los que nos da testimonio la sensación y que tienen donde existir y moverse por la existencia de espacio, de vacío. Por tanto, el vacío es, existe.  (Podemos observar que esta idea aparece por primera vez en la concepción atomista de Demócrito de Abdera ).
Pensemos ahora en que efectivamente existe diversidad de cuerpos, ¿cuál es la causa?, ¿por qué podemos dar razón de ellos?
Cada cuerpo es una composición determinada de átomos y vacío, es decir, la existencia de cosas singulares se debe a la manera en que guardan distinta proporción de átomos y vacío unas de otras. Y en la medida en que esta proporción existe y es tal,  es una estructura, una razón determinada, podemos conocerla.
Ahora bien, si esa proporción cambia, es decir, se traspasa el límite de la forma esencial, podemos decir, que de acuerdo a lo expuesto anteriormente, se trata de otro compuesto, de otro cuerpo  con distinta proporción de átomos y vacío.
De modo que, nos encontramos con una serie de leyes que se derivan del rigor lógico con que Epicuro concibe al universo: todo es átomos y vacío, y el vacío es el lugar donde existen los átomos y donde pueden moverse (“no existe un comienzo de este movimiento: los átomos y el vacío son eternos”).
Podemos introducir ahora una primera conclusión: el ser humano se compone de cuerpo y alma, y el alma necesariamente es de carácter corpóreo, en la medida en que de no ser así y tal y como recoge el fragmento, habría de ser vacío; y como hemos explicado, el vacío es solamente donde tienen lugar los átomos y gracias al cual éstos pueden moverse. De tal forma que, el alma es corpórea aunque se diferencie del cuerpo en tanto que tiene distinta composición de átomos y vacío.  
A lo que podemos añadir una necesaria relación, esta es,  “separado del alma, el cuerpo no experimenta sensaciones, ya que por sí mismo no posee esta capacidad, pero las proporciona a algo que se ha formado conjuntamente con él, es decir, al alma”; por consiguiente, cuerpo y alma que integran el ser humano son cuerpos necesariamente, pero distintos, con distinta proporción de átomos y vacío; pero, para poder percibir las sensaciones cada uno tiene distintas propiedades, y dado que esas sensaciones sólo pueden percibirse por la recepción del movimiento, el alma requiere del cuerpo que las recibe y el cuerpo requiere del alma.
Así, que  afirmar que el alma es de carácter incorpóreo es afirmar que el alma es vacío y que por tanto es ausencia de átomos y  únicamente el espacio dónde éstos se mueven y por tanto  no cabe la sensación.
Comprendida esta conclusión necesaria podemos introducir el siguiente fragmento de la “Carta a Meneceo”: “Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación. [...] El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe y cuando está presente nosotros no existimos”.
Por tanto, si para sentir dolor el cuerpo precisa del alma y el alma del cuerpo, y en la muerte desaparece esta relación; resulta absurdo vivir con miedo a la muerte. Vivir con miedo determina una conducta sumisa y esclava; por el contrario, el conocimiento por medio de la investigación de la naturaleza, nos permite comprender la determinación esencial del hombre y con él, la muerte.
Cabe realizar ahora una segunda conclusión: efectivamente el miedo y la servidumbre están causadas por la ignorancia, por la incomprensión de la naturaleza y por el desconcierto del hombre ante  los fenómenos que naturalmente (de acuerdo a leyes) tienen lugar en el universo. De modo que, la filosofía, el conocimiento de aquello que nos atormenta, proporciona tranquilidad, y es la condición de posibilidad de la felicidad. Son por tanto el conocimiento y la filosofía una medicina para el alma.
El pensamiento de Epicuro será referencia para posteriores filósofos e investigadores; entre los cuales destaca la obra poética de Lucrecio (99 - 55 a.C ), del cual a continuación, y a modo de conclusión final, cito un fragmento del poema titulado  “de rerum natura”: [2]

“(…) ¿Por ventura
No oís el grito de la naturaleza,
Que alejando del cuerpo los dolores.
De grata sensación el alma cerca,
Librándola de miedo y de cuidado?.





[1] Edición utilizada en las citas:   obras (5ª ed.) de Epicuro, tecnos 2005.

[2] De la naturaleza de las cosas: poema en seis cantos, de Lucrecio. Trad. del Abate José Marchena, Biblioteca clásica, Lib. de Hernando y Compañía- Madrid 1897
         

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