miércoles, 15 de diciembre de 2010

Un verano en diciembre

Un verano en diciembre

Uno, que ocasionalmente tiene incomprensibles achaques de insulsa nostalgia, a veces sueña con los meses de Julio, Mojácar, los Rolling Stones y los 15 años. Sobre todo en el mes de diciembre, y más cuando hace frío, aunque hoy no sea el caso.
Para ello voy a recuperar un fragmento de un texto que escribí hace tiempo pero que viene que ni pintado para esta ocasión. Así que, me tomo la libertad de citarme a mí mismo.

(..)La verdad es que me gusta la playa, pero no el bullicio de los grandes destinos turísiticos "typical spanish" como Benidorm, Salou, Torrevieja... y tantos otros miles de pueblos y ciudades del litoral -a cual máshortera- que son carne de viajes del inserso y de fiestas multitudinarias de gente jóven y música electrónica. Lo cierto es que nunca he estado en ningún sitio de esos, ni falta que hace.
Resulta paradógico que diga esto, cuando Jávea sea prácticamente lo mismo, aunque a menor escala.
E incluso Mojácar. Sin embargo, la primera vez que fui, hace ya casi quince años, era un sitio diferente. Fue un reducto del movimiento hippie en España, sembrado de enormes playas de arena y rocas, pero no rocas puntiagudas de las que hacen daño al pisarlas sino de cantos rodaos, como los de la garganta de mi pueblo. Playas en las que no escuchaba más que el suave acariciar del mar en la orilla y como quiera que se llame el sonido que emiten las gaviotas. A veces se intuía en el viento alguna canción de Janis Joplin, que sonaba lejana como evocando tiempos ya pasados en aquella playa. Si uno se adentraba en ella, no se podía sentir más alma que la de uno mismo a lo largo de toda la extensión de arena, encajonada dentro de una especie de valle y rodeada de vegetación típicamente desértica. Al avanzar por la playa con el mar a tu izquierda había un chiringuito, que no se si seguirá allí, fabricado con cáñamo; de hecho no era el típico chiringuito al uso, pues realmente estaba en medio de la nada. No había carretera, sólo un pequeño camino de tierra. Tampoco se podía ver ninguna casa si uno giraba sobre sí mismo. El dueño del garito en cuestión era un inglés de unos sesenta y tantos, con una larga barba blanca y tez morena, que decía que Hendrix aún vivía mientras apuraba el porro al que siempre estaba ligado.
Un poco más al norte, pero no muy lejos de allí, está el pueblo de Mojácar, enclavado en el vertice descendente de una especie de sierra a un par de kilómetros de la costa. Una parte del pueblo mira al mar, la otra a la montaña, y una tercera a la planicie que se extiende tierra adentro, plagada de huertas y cultivos de secano. El pueblo es casi enteramente peatonal, pues sus calles son estrechas como corresponde con su arquitectura árabe, que ha sido respetada en parte. Todo está en cuesta, prácticamente sólo la plaza del pueblo es llana. Ésta tiene un enorme balcón desde el que se divisa la zona de la planicie bajo el pueblo. Los atardeceres desde allí son los más bonitos que he visto en mi vida.
La línea de costa adyacente al pueblo tampoco era tan horrible. Ni siquiera había paseo marítimo. Sólo arena y una carretera, rodeada de casas bajas. Sólo un par de hoteles afeaban la silueta de la playa y la sierra.
Guardo enorme cariño a toda esta zona. Quizá sólo guarde cariño a los recuerdos, pues ahora todo aquello está sembrado de hoteles de 10 plantas, campos de golf y urbanizaciones que se pierden en la línea del horizonte. El hippy que escuchaba a Janis Joplin seguramente estará muerto y el chiringuito tendrá el techo caido, o estara sembrado de palmeras, cactus y demás plantas de la zona. Y donde no había más que paz y plantas de marihuana, ahora hay urbanizaciones de lujo.
En fin, la raza humana es así de gilipollas. Pasamos una apisonadora por encima de lo realmente bueno, o lo tiramos a la basura en beneficio de lo que algunos llaman progreso -me rio yo del progreso- y bienestar, que a menudo no son más que cosas superfluas. Piscinas, merecedes, campos de golf. A la mierda(..)

No hay comentarios:

Publicar un comentario