sábado, 18 de diciembre de 2010

La carretera (Cormac McCarthy)

El mundo de La carretera es un mundo desolado, estéril, cubierto de ceniza. Un hombre y un niño, padre e hijo, siguen la carretera hacia el sur buscando la costa, antes de que llegue el invierno. El agua y la comida escasean, y el camino se hace cada vez más insoportable a medida que a los protagonistas les empiezan a faltar las fuerzas. Están solos y huyen de cualquier contacto humano, porque no hay manera de saber si los otros son pacíficos caminantes o temibles grupos de caníbales.

Presenta a un individuo solo, aislado en un mundo hostil y de recursos escasos, que ve en los demás nada más que competidores, rivales o enemigos, y que se ve obligado al egoísmo y a la violencia para poder sobrevivir.

Estas ideas guardan ciertas similitudes con el concepto de individuo que se empezó a manejar a partir de la Ilustración y del desarrollo del pensamiento liberal, en los siglos XVIII y XIX. Es el individuo heredero del que describió Thomas Hobbes, un ser cuya existencia se basa en la búsqueda de su interés propio en un contexto de escasez de recursos y de competencia generalizada.

Esta forma de entender al individuo y, por extensión, a la humanidad, se hizo pasar por universal y natural durante mucho tiempo. Esta generalización naturalizante pasaba por alto el hecho de que el individuo, incluso en los aspectos más subjetivos, se construye sociohistóricamente y, por tanto, está sujeto a los cambios en las relaciones sociales y de poder. Pasaba por alto una cuestión fundamental: Que su definición de individuo correspondía al tipo de sujeto que necesitaba el capitalismo incipiente para despegar.

De la misma manera que el ser humano no es naturalmente egoísta y malvado, el mundo no es necesariamente un lugar inhóspito y hostil. No faltan recursos, no es necesario que algunos no tengan nada para que otros puedan tener algo. La alimentación de algunos no tiene por qué implicar el hambre de otros. Algunos cálculos han demostrado que la tierra puede potencialmente producir suficientes alimentos para mantener a la población mundial actual. Pero no del modo actual, evidentemente. Para que esto fuera posible haría falta, por ejemplo, que los países centrales consumieran menos carne para que los países periféricos no se vieran obligados a prescindir de su agricultura para hacer pastos.

Es la relación derrochadora e irracional que el sistema capitalista mantiene con la tierra la que lo impide, la espiral inagotable del consumo la que nos empuja a la escasez. Zygmut Bauman explicaba el viernes pasado que uno de los principales elementos que hace que el sistema capitalista actual sobreviva es que no existe una mentalidad de fidelidad al objeto. En sus propias palabras, no nos compramos un ordenador y lo utilizamos hasta que se cae a pedazos, sino que compramos uno nuevo en cuanto se le añade alguna nueva aplicación.

Si el mundo llega a convertirse alguna vez en un paisaje arrasado y estéril, y si el ser humano llega a convertirse alguna vez en un peligroso caníbal (como describe McCarthy en el libro), será culpa nuestra, y nada más que nuestra.

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