lunes, 27 de diciembre de 2010

La carretera, McCarthy

La carretera, McCarthy


El libro que finalmente decidí leer para este trabajo, motivada por las recomendaciones insistentes  de un par de amigos, fue La carretera. Sí es cierto que me costó decidirme ya que había varios libros en la lista que me interesaban y que confío en que acabaré leyendo un día u otro,  y con más ganas tras la sesión de clase en la que hablamos de ellos.

En este libro, McCarthy  cuenta la historia de un padre y su hijo que emprenden un camino en busca de la costa. Este viaje es una continua lucha por sobrevivir, en el que tienen que superar todas las adversidades que se le presentan durante el día y la noche. En este camino, “la carretera” es un paisaje oscuro, desolador y solitario en el que apenas hay vida humana y comida. 

El libro nos hace plantearnos, entre otras muchas cosas, la idea de futuro. En esta historia el padre y el niño ya no tienen visión de futuro o al menos esperanzas en él, es como si el fin del mundo hubiera llegado y la sociedad hubiera dejado de existir,  y a partir de ese momento sólo hubiese oscuridad, tristeza y desolación. Y lo más importante,  todos los hombres son un enemigo para el propio hombre.

Y ahora nos preguntamos, ¿cuál es el futuro que depara a nuestra sociedad?
Estamos ante la sociedad del consumo, la sociedad del derroche, vivimos en un mundo capitalista que sólo busca producir más y más para sacar beneficio y que no tiene en cuenta ninguna de las múltiples consecuencias negativas que esto tiene para nosotros…
Vivimos en un mundo en el que unos pocos elegidos toman las decisiones por todos los demás y la mayoría de las veces sin que estos sean conscientes de qué forma influyen en sus decisiones.
¿Realmente gozamos de libertad? ¿Qué futuro nos deparará las decisiones y el afán de riqueza de estos pocos al resto de la sociedad?

Todo el libro y sobre el último párrafo nos hace reflexionar continuamente  sobre todo esto.

“Una vez hubo truchas en los arroyos de la montaña. Podías verlas en la corriente ambarina allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua. Olían a musgo en las manos. Se retorcían, bruñidas y musculosas. En sus lomos había dibujos vermiformes que eran mapas del mundo en su devenir. Mapas y laberintos. De una cosa que no tenía vuelta atrás. Ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio.”

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