viernes, 17 de diciembre de 2010

GUERRAS CAMBIARIAS Y ACUERDOS POLÍTICOS

GUERRAS CAMBIARIAS Y ACUERDOS POLÍTICOS.

Todo parece iniciarse en el mantenimiento, por parte de países potentemente exportadores -en especial de China- de sus monedas artificialmente devaluadas. Es decir: sus gobiernos mantienen el tipo de cambio por debajo de lo que, se supondría, debería ser en función del mercado internacional.
Por otro lado, no podemos olvidar que, pese a que Estados Unidos se abandere como uno de los países más perjudicados por la política cambiaria del yuan, está, por su parte, creando burbujas inflacionistas en Latinoamérica, al inundar el mercado de dinero que se escapa a otros países, en especial Brasil, para buscar más rentabilidad gracias a los altos tipos de interés, calentando, así, estas economías.
De manera que la política monetaria de Estados Unidos lleva ya algún tiempo pudiendo tildarse de “agresiva” pero, como vemos, no son los únicos: China mantiene al yuan en un régimen de flotación muy limitado. Además, los bancos centrales de otros países de la OCDE intervienen los mercados de divisas para neutralizar la apreciación de sus monedas. Todo ello supone que la “guerra de divisas” esté claramente en marcha y que algunos países no cesen de usar los tipos de cambio como “armas políticas”.
Para entender todo esto hay que comenzar por tener claro que infravalorar artificialmente las divisas de un país supone el automático abaratamiento de sus exportaciones. Pero ello sucede a costa del resto de países, cuyas importaciones se encarecen. Así, es fácil llegar a esta conclusión, la salida de la crisis a nivel mundial sea aún más difícil.

Estas prácticas son las llamadas políticas de “empobrecimiento del vecino”, que fueron ya las responsables de la oleada de proteccionismo que sucedió a las crisis de los 30’s y precedió a la Segunda Guerra Mundial.
Recordemos que todo esto fue lo que llevó a los ministros de Finanzas de los países del G-20 a comprometerse en octubre para dejar que sus políticas cambiarias se determinasen por el mercado, reflejando de este modo los fundamentos de sus economías. Al mismo tiempo, los líderes políticos cedieron, por fin, parte del pastel a los países emergentes. Así, China se convertía en el tercer país más poderoso del FMI, pero también obtenía más "corresponsabilidad" en la supuesta gobernanza económica global. La cumbre de octubre bien pudiera haber parecido, pues, un primer paso en la búsqueda de soluciones.
Pese a ello, de la última reunión del G-20 en este mes de noviembre se obtienen, y ello no nos sorprende, resultados insatisfactorios y, desde determinado punto de vista, decepcionantes: Ni se definen regulaciones que neutralicen posibles futuras peores consecuencias, ni se llega a compromisos de no proteccionismo por parte de ninguna potencia mundial, ni se avanza en el frente bancario.
Y es que parece casi como si, por fin, el propio sistema no fuera capaz de salvarse a sí mismo, o al menos así podrían ser leídas sus voces:
“Los riesgos permanecen. Algunos de nosotros experimentamos fuertes crecimientos, mientras otros afrontan niveles de desempleo y lenta recuperación. El crecimiento desigual y la brecha en aumento de los desequilibrios alimentan la tentación a divergir de las soluciones globales con acciones descoordinadas. Sin embargo, las acciones políticas descoordinadas solamente conducirán a las peores soluciones para todos.”[i]
De manera que, el propio párrafo 7 de la declaración de los líderes en Seúl reconoce las amenazas de la descoordinación política y de los desequilibrios comerciales internacionales, sin llegar a abordar remedios para una crisis extendida por una globalización financiera descontrolada ante la que los gobiernos del G-20 son incapaces de combatir: Ni en su opacidad ni en el descontrol de las finanzas internacionales, ambos males, entre otros, que terminan siendo fuente de dramáticos delitos, también globales.
Las críticas a las políticas monetarias estadounidenses se hacen notar por parte, sobre todo, de China, y en contra, mayormente, de la segunda inyección de dólares al mercado, que supone su abaratamiento y, por tanto, su depreciación de forma, por cierto, tan artificial como ellos mismos critican en sus competidores económicos asiáticos.
Más allá de estos vaivenes políticos, no parece apreciarse en los debates de los días 11 y 12 de noviembre ningún compromiso esclarecedor, ni vislumbrarse el final de estas peligrosas guerras económicas sino que, más bien, se aplaza la toma de decisiones importantes ad infinitum, como si se pretendiera una fe ciega en la solución espontánea de todos los desajustes comprobados.
Lo indudable de los problemas expuestos evidencia la necesidad de búsqueda de soluciones. Su no consecución y el claro desapego que se acaba por adoptar manifiestan los clarísimos problemas de gobernanza que el mundo económico mundial sufre:
“La democracia pierde su sentido cuando la vida de un país se ve gobernada por genuinos tiranos privados, de tal suerte que los trabajadores se hallan subordinados al control empresarial y la política se convierte en la sombra que los grandes negocios arrojan sobre la sociedad”[ii].
[i] Cit. en J. H. Vigueras. La burbuja mediática del G-20 desinflada, www.attac.es, Madrid, 2010
[ii] Cit en C. Taibo. Movimientos antiglobalización, Ed. Catarata, Madrid, 2007

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