lunes, 6 de diciembre de 2010

LA INVERSIÓN DE LA LÓGICA SINDICAL

LA INVERSIÓN DE LA LÓGICA SINDICAL

Los sindicatos surgieron históricamente para defender los derechos de los trabajadores en una época en la que hablar de derechos laborales era toda una novedad. El surgimiento de estas organizaciones era vital para intentar proteger la dignidad de aquellas personas que, por tener que vender su trabajo para subsistir, eran con total impunidad expropiadas de ciertos derechos fundamentales o eran flagrantemente devaluados en su condición humana. Así pues, recordamos el siglo XIX como un siglo convulso lleno de conflictos y reivindicaciones de la libertad del hombre obrero, que era el que se veía sometido a la trituración sistemática tan propia de esa primera fase del capitalismo asocial que emergió con la revolución industrial.
La idea de defender derechos laborales ha venido siempre aparejada a la realidad de aquel que en la escala social se encontraba en el nivel más inferior, en el estrato social más deteriorado, en la clase más baja. Los sindicatos tenían razón de ser, únicamente, en el contexto de la defensa de ese ser más débil que el resto, el ser humano trabajador que desarrollaba una actividad de carga excesiva, mal remunerada, en condiciones tantas veces infrahumanas, y para la que lo único que importaba era su capacidad de producción, nunca su salud, satisfacción, confort o realización personal.
Afortunadamente, ante tanta injusticia y egoísmo, los sindicatos surgieron en este nuevo mundo en el que el precio lo pone aquel que menos necesita vender o aquel que menos necesita comprar, tal y como manda la lógica del capital, y en el que los derechos laborales eran aún un inasumible perfeccionamiento de los derechos humanos totalmente inalcanzable, comenzando así a reclamar que los débiles tuvieran alguna fuerza. Rechazaban por tanto que el trabajador debiera trabajar hasta que sangrara y que la única limitación del esfuerzo fuera la limitación física por insalvable, traicionándose con ello el espíritu de solidaridad entre semejantes o simplemente la necesidad del respeto a una ética global igual para todos.
La evolución histórica del fenómeno sindical la conocemos bien. La evolución va muy en paralelo a la ideología socialista, comunista y anarquista en la que se pusieron en entredicho todos los viejos sistemas políticos y sociales y se exigió de la sociedad una renovación que tuviera por objetivo prioritario, o incluso único, la igualdad real de las personas. Los sindicatos han defendido por ello la igualación de derechos de los trabajadores a los del resto de los ciudadanos de estratos de mayor nivel económico o privilegio y esa era sin duda la lógica sindical hasta hace nada.
Sin embargo, surge desde hace pocas décadas un fenómeno curioso que tiene mucho que ver con ciertos “vicios” provocados por el estado del bienestar (al que yo denomino del “super-estar”). La revolución industrial ya fue superada, el logro de una democracia representativa justa con un sufragio universal ya fue conseguido en Occidente, la lucha por los derechos civiles de las minorías está felizmente avanzada para muchos casos, los sindicatos son ya pilares indiscutibles de un sistema político-social en el que se integran, del que se financian y en el que viven gracias básicamente al Estado. ¿Y entonces, cuál es el papel que hoy día les queda a estas organizaciones?
Si reparamos un poco en la conflictividad laboral que existe actualmente nos daremos cuenta de que curiosamente no existen sonadas revueltas de la mano de colectivos inmigrantes, o manifestaciones de parados, o huelgas salvajes de los trabajadores de las peores escalas o mínimos salarios (trabajadores eventuales, mileuristas, becarios,…) No es esa la conflictividad laboral que salta a la actualidad y que pone en jaque el sistema productivo. Muy por el contrario, la acción sindical más proactiva e incómoda se desarrolla a nivel “gremial” por parte de colectivos profesionales que no se encuentran precisamente maltratados en sus condiciones salariales y que bien podrían ser considerados élites profesionales pese a que en ocasiones tengan trabajos físicos o de notables exigencias de acceso o desempeño técnico (maquinistas de transportes, guionistas de cine, futbolistas, pilotos de aviones, controladores aéreos,…) ¿No podría decirse que esta situación que ahora vivimos es la resultante de esa inversión de la lógica sindical que da título a este texto?
Estos días hemos vivido un colapso sin precedentes en la aviación civil de nuestro país. El colectivo de controladores ha conseguido decidir e imponer que cientos de miles de personas no puedan ejercer su derecho de libre circulación más allá de lo que lo pueda permitir un tren, un coche o un barco, y lo que más se ha dicho ante tal abuso es que todo sucedía porque había una huelga masiva de unos trabajadores llamados controladores del tránsito aéreo. La inversión de la lógica sindical de la que hablo surgió una vez más y se materializó en forma de huelga de unos trabajadores que nadie puede negar que son de una clase laboral privilegiada. En los primeros momentos hubo incluso una cierta confusión por parte de los sindicatos de clase llegando a afirmar un cierto derecho a este recurso y a esta actitud, porque es lo políticamente correcto en términos sindicales. Por ello, por supuesto que jamás se pone en duda la legitimidad que asiste a todo colectivo de trabajadores a reclamar lo que crean oportuno siempre que lo denominen manifiesto o huelga, es decir, siempre que sigan el manual del buen sindicalista y den los pasos debidos marcados en la cultura de la reivindicación laboral. Está establecido que los derechos laborales colectivos son indiscutibles para todos y que es un pecado social pensar lo contrario, y esto es así sin discusión posible aunque se usaran por parte de un grupo de aristócratas asalariados o un grupo de multimillonarios, siempre que se autodenominen trabajadores y siempre que aleguen que son explotados laboralmente, por supuesto.
Pero no debemos llamarnos a engaño. Las reivindicaciones laborales de los controladores aéreos no son del estilo de las que podían elaborar las “Trade unions” o los sindicatos de corte marxista-leninista europeos de otras épocas que pretendían la superación de la degradación, y la mejora de las condiciones de una clase trabajadora inhumanamente explotada. No son, por tanto, reivindicaciones de igualdad sino de desigualdad. Se trata de mantener unos privilegios de casta laboral que sabemos muy bien que son inexistentes o muy infrecuentes en otros sectores laborales, es decir, que se trata de mantener la desigualdad favorable a un colectivo.
Por eso, este tipo de reivindicaciones laborales no suelen ser compartidas por la sociedad práctica y menos aún en un contexto de crisis económica en la que tantos y tantos se han resignado a no protestar y a no elevar la voz, sufriendo la pérdida de su empleo, accediendo a la reducción de su salario, o a la congelación de su pensión, por creer que dicha actitud es la más coherente con la defensa del bien común. Sorprende por ello enormemente que existan estos colectivos de trabajadores de élite que tengan un papel tan esencial y responsable en la prestación de un servicio universal que incide tan de lleno en el bien común y que sean precisamente los más beligerantes, los más insensibles y los más atroces en la defensa de su interés particular, poniéndole cualquier precio final a sus demandas y pisoteando tantos y tantos derechos ajenos.
Evidentemente, es un acto de egoísmo supino colectivo, pero se resguardan en la lógica sindical invertida de la que hablo, aquella que permite defender la preservación de la desigualdad favorable, la prominencia absoluta del bien particular frente al bien común, y cualquier otra injusticia social posible con el uso de una fuerza desmedida y una crueldad humana sin escrúpulos, simplemente con el único requisito de saber utilizar las reglas del juego sindical. En este juego todo queda aparentemente bien justificado, sea cual sea el fin inicial y el resultado final, si se emplea adecuadamente el término huelga o se propone una acción conjunta por parte de un organismo llamado sindicato y se defiende en el contexto de una supuesta amenaza flagrante de derechos laborales consagrados. Es el triunfo de la revolución capitalista individual de nuevo, del egoísmo del individuo frente al interés común, de la forma sobre el fondo y del efectismo sobre la lógica esencial de las cosas. Por ello, cuando vemos que la acción sindical es una herramienta formidable para perpetrar este tipo de acciones totalitarias que a tantas personas hace daño, y constatamos una y otra vez que ya no hay lucha laboral real por los parados, por los trabajadores en precario o por los oprimidos de otros ámbitos, nos damos cuenta de que esa lógica sindical que tantas personas salvó en otras épocas, ahora se ha invertido y hace que podamos presagiar el principio del fin del sindicalismo real y genuino.

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